Así que decidí darle una lección y enseñarle
lo serio que es meterse en el bosque sin anunciarse antes y comenzar
a maltratar a sus habitantes.
La dejé seguir su camino y corrí a la casa de la
abuelita. Cuando llegué me abrió la puerta una simpática
viejecita, le expliqué la situación y ella estuvo
de acuerdo con que su nieta merecía una lección.
La abuelita aceptó permanecer fuera de la vista hasta que
yo la llamara y se escondió debajo de la cama.
Cuando llegó la niña la invité a entrar
en el dormitorio donde estaba yo acostado, vestido con la ropa
de la abuelita. La niña llegó, sonrojada y me dijo
algo desagradable de mis grandes orejas. He sido insultado antes,
así que trate de ser amable y le dije que mis grandes orejas
eran para oírla mejor.
Ahora bien, me agradaba la niña y traté de prestarle
atención pero ella hizo otra observación insultante
acerca de mis ojos saltones. Ustedes comprenderán que empecé
a sentirme enojado. La niña tenía bonita apariencia,
pero empezaba a sentirme antipática. Sin embargo, pensé
que debía poner la otra mejilla y le dije que mis ojos
me ayudaban a verla mejor.
Pero su siguiente insulto sí me encolerizó. Siempre
he tenido problemas con mis grandes y feos dientes y esa niña
hizo un comentario realmente grosero. Sé que debí
haberme controlado, pero salté de la cama y le gruñí,
enseñándole toda mi dentadura y diciéndole
que eran así de grandes para comerla mejor, Ahora piensen
ustedes: ningún lobo puede comerse a una niña. Todo
el mundo lo sabe. Pero esta niña empezó a correr
por toda la habitación gritando y yo corría detrás
de ella tratando de calmarla. Como tenía puesta la ropa
de la abuelita y me molestaba para correr, me la quité,
pero fue mucho peor. La niña gritó aún más.